Recuerdalo siempre :

" No le digas a Dios que tienes un gran Problema, Dile a tu problema que tienes un GRAN DIOS "




LA NATURALEZA DEL VICIO

Hay un factor trágico que acarrea la desintegración familiar: el vicio. Ya sea el alcohol, la droga, la adicción sexual o los juegos de azar, el vicio destruye no sólo a la persona a la que tiene esclavizada sino también a las personas que la rodean. En demasiados casos esas personas son su propia familia. Esto se debe a que, como dice el gran proverbista, el vicio domina la mente y el corazón del cautivo, y no le concede el uso de la razón. «No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora. Tus ojos verán alucinaciones, y tu mente imaginará estupideces. Te parecerá estar durmiendo en alta mar, acostado sobre el mástil mayor. Y dirás: "Me han herido pero no me duele. Me han golpeado, pero no lo siento. ¿Cuándo despertaré de este sueño para ir a buscar otro trago?"» (Proverbios 23:31-35). «También sacerdotes y profetas se tambalean por causa del vino, trastabillan por causa del licor; quedan aturdidos con el vino, tropiezan a causa del licor. Cuando tienen visiones, titubean; cuando toman decisiones, vacilan» (Isaías 28:7).

Sin embargo, cuando se trata de dejar algún vicio, hay algo que debemos comprender. Se libra una lucha constante entre nuestra naturaleza pecaminosa y el Espíritu Santo, porque ambos desean controlarnos. Son como imanes que nos atraen y nos vencen con su fuerza. Todo depende de nuestra proximidad a la una o al otro. Si nos acercamos demasiado a nuestra naturaleza pecaminosa, caemos presa de ella. Así mismo, si nos vamos por el lado del Espíritu, es Él quien nos controla. Por eso debemos acercarnos a la fuerza interna que deseamos seguir, y alejarnos de la otra.

San Pablo lo explica en estos términos: «Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu.... ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes.... Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán» (Romanos 8:5-13).

Los malos hábitos del cuerpo a los que se refiere el apóstol son el vicio. He aquí algunos pasos para obtener la victoria sobre cualquier vicio en su vida, y así vivir:
Reconozca que usted está bajo el dominio del vicio.
Determine que desea dejarlo y ser libre de su dominio.
Aléjese por completo del vicio y todo lo relacionado con él, incluyendo a las personas con las que ha participado de él.

Busque ayuda y apoyo moral fuera de su círculo de amistades. Hay lugares con programas especialmente diseñados para ayudarle. Aparte de visitar alguna entidad de asistencia social, asista a una iglesia cristiana evangélica donde pueda contar con el estímulo de la hermandad y los mensajes del pastor para ayudarle a vencer los aparentemente insuperables obstáculos del pecado. Sobre todo, busque la ayuda de Aquel que es más fuerte que cualquier vicio y que con su resurrección venció todo el poder del pecado.

LAS VICTIMAS DEL VICIO


Lamentablemente, con frecuencia el vicio conduce al maltrato físico o verbal de personas inocentes, incluso la familia del vicioso. Es sumamente importante que las personas que padecen de tal maltrato busquen ayuda antes de que suceda una desgracia. Tanto las personas maltratadas como los agresores sufren a raíz de la violencia perpetrada, y por lo tanto todos necesitan buscar ayuda. Sin embargo, cuando los agresores no están dispuestos a buscar la ayuda que necesitan, las víctimas deben alejarse de ellos para estar libres del peligro. Es, desde luego, mucho más factible que reciban la ayuda apropiada si viven en un lugar que tiene recursos dedicados a prestarla. Sin embargo, los que no tengan a su alcance ayuda profesional pueden acudir a una iglesia en busca de ayuda. Dios está en todo lugar; si clamamos a Él, podemos tener la seguridad de que Él vendrá en nuestro auxilio de alguna forma u otra. «Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia» (Salmo 46:1). El Juez de toda la tierra nunca es partidario de la injusticia, tal como el abuso o maltrato de cualquier ser humano creado a su imagen y semejanza. (Génesis 1:26, 27; 9:6; 18:25; 2 Crónicas 19:7).


LA SOLUCION AL VICIO

Si está cansado de vivir como esclavo del vicio y de la violencia que a veces lo acompaña, Cristo está dispuesto a ayudarle. Él sólo espera a que usted lo llame.
La salvación se puede recibir a cualquier hora y en cualquier lugar. Ahora mismo, si usted lo desea, puede hacerlo mediante una oración en la que emplea la fe que Dios ya le ha dado. Al orar, tome los siguientes pasos:
Reconozca que es pecador (confesión de pecados)
Pídale perdón a Dios por haberlo ofendido (arrepentimiento)
Declare con sus labios que Cristo es el Hijo de Dios que murió y resucitó al tercer día para salvarnos (profesión de fe para salvación)
Entréguele el control de su vida a Cristo (compromiso personal de vivir para Cristo)
Al hacer las paces con Dios y recibir a Cristo como su Salvador, las demás dificultades se solucionarán más fácilmente porque Dios le va a cambiar completamente. La Biblia dice que el creyente en Cristo deja de ser el mismo de antes y se convierte en una persona totalmente diferente. Disfruta de una paz profunda y comienza a amar a otros y a aceptarse a sí mismo. ¡Y surge una nueva vida! «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2 Corintios 5:17).

Si usted hizo esta oración, ¡felicitaciones y bienvenido a la familia de Dios! Si aún no la ha hecho, tenga por seguro que Dios seguirá poniendo de su parte para atraerle a la salvación. Hágale caso. La decisión que usted tome afectará su vida por toda la eternidad. «Nosotros, colaboradores de Dios, les rogamos que no reciban su gracia en vano. Porque él dice: "En el momento propicio te escuché, y en el día de salvación te ayudé." Les digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!» (2 Corintios 6:1,2).

 

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